martes, 15 de septiembre de 2009

En la contracarátula de Ocaso en Copán y otros poemas


Diego Rodrigo Echeverry


Condición necesaria de la poesía es hacer del tiempo materia maleable, pues el poema es presente puro: obra sobre el pasado gracias al carácter primigenio de las palabras y avizora el futuro en virtud de su extrema capacidad intuitiva; así, en el poema todo consigue hacer presencia.

La poética de Rodrigo Escobar Holguín encarna con maestría dicha condición: sus versos aprehenden la naturaleza cambiante, versátil, inconstante de la realidad en razón de un tratamiento milenario, versado, del lenguaje, al que allega con impredecible plasticidad. Sus imágenes ondean nitidez verosímil, son esféricas, están edificadas sobre la levedad donde lo real se desmorona, configuran rápidas escenas, retratos hablados de la fugacidad: mientras las contemplamos se disuelven en música.

Ocaso en Copán nos depara una lectura plena donde lo sensorial cobra un papel decisivo, y es quizá el uso de un procedimiento oracular lo que nos empuja a la memorable cita con este poemario: el arte de la pregunta exactamente formulada cuya contestación, siempre dinámica, consigue el milagro – como el espejo que aguarda al final del zaguán – de devolver a cada lector múltiples e insospechados rostros.


Cali, 26 de Octubre de 2002


El hombre de la colina

Horacio Benavides

Un hombre alto miraba hacia el oriente, en horas tempranas, desde la colina de San Antonio; era una especie de ritual mientras la ciudad despertaba a su diario trajín. ¿Qué miraba el hombre? era mi pregunta. Tiempos después entré en tratos con él, supe que era arquitecto y poeta, que vivía en el oeste, que le gustaba dibujar letras, pero la pregunta seguía sin resolver.

Hoy creo conocer la respuesta: el hombre miraba el paraíso; todo indica que este lugar está en el principio, allá donde nace el sol. No el paraíso de nubes aborregadas y de arpas, sino el edén que se entrevé en las mínimas y sencillas cosas. Quien lee a Rodrigo Escobar descubre que una de sus preocupaciones es el tiempo, el tiempo que es como el río que va hacia el mar que es el morir. Sin embargo, entre el suceder de horas opacas, e inútiles preocupaciones, están los instantáneos remansos que nos dejan entrever el edén, el paraíso que es el lugar del tiempo sin tiempo.

Ahora puedo atar, el hombre también miraba a China, y en China a Buda que nos enseñó a detener el tiempo. De los actos cotidianos que pasan sin mucho color, Rodrigo rescata el instante que brilla con luz propia, un rostro que se abre como un lago entre la multitud, la intensidad del árbol florecido:

¡Qué bello floreciste, qué bello!

Pero estaban las calles silenciosas y solas,

y no había

ojos que te miraran.

Y tus ramas,

grávidas de capullos en flor, eran apenas

amadas de los vientos y el olvido.

En su casa del oeste, la ventana tiene una enredadera, una copa de oro. Copa de oro es una metáfora del sol, nos lo recuerda Bradbury. Nada es casual, en su ventana tiene el oriente. Además la ventana es un límite entre el adentro y el afuera, es el fiel de la balanza, la ventana es un espejo de la poesía de Escobar. Su poesía es un equilibrio entre el interior y el exterior, entre su pensamiento y su sentir. Por lo general la reflexión mata al poema, hay un frío en ella, para que esto no ocurra lo pensado debe ser especialmente sorprendente y sobre todo llevar una carga de entraña:

Lo que quiero decir nadie puede decirlo.

Lo que puedo decir no lo diré: no quiero.

Y el silencio, como una canción que no naciera,

va pasando entre quietas,

lentas horas.

Un aire de extrañeza recorre este poema. No es la helada lucidez, hay en él una ligera atmósfera de melancolía. Rodrigo, como en el poema de Jorge Cadavid, se para en la cabeza, para que el corazón descienda y se una con el pensamiento, y salta también para que descienda el pensamiento y se confunda con el sentimiento.

En Palmira, en la escuela pública donde su padre era maestro, oyó el niño Rodrigo el sonido de la lluvia al caer al tejado y del tejado al patio de cemento y no va a olvidar

ese sonido. En la acequia que recogía el agua puso los barcos de sus futuros viajes, y pasados los años supo que allí ya estaba Budapest y la muchacha de cabello de trigo maduro que pasearía por sus calles. En esa misma escuela escuchó de labios de su padre poemas de San Juan y de Quevedo y aprendió la justa medida, que más tarde guiaría a sus propios poemas.

Alguna vez le reproché a Escobar lo exiguo de su obra, dos libros de poemas en un ejercicio largo; debo reconocer mi error. Esta apreciación venía del desconocimiento de su poesía. La obra de este poeta, si corta, es intensa, es como una casa que se multiplicara en infinidad de cuartos, como una muchacha que en cada encuentro mudara de rostro. Después de haber pasado mis ojos por sus libros puedo decir que aún no los he leído, que mañana será otro día y que su poesía tendrá otra cara.


Del Quién es quién en la poesía colombiana

 

ESCOBAR HOLGUÍN, RODRIGO (Florida, Valle, 1945). Desde los dos años vivió en Palmira, donde su padre era maestro. En bachillerato entró en contacto con la literatura universal y empezó a familiarizarse con las letras orientales: China, Japón, la India, Persia. Ya traducía a Poe. Estudió arquitectura y lenguas. Al final de su carrera ganó el primer concurso literario organizado en los 20 años de la Universidad del Valle. Después de tres años de diseñar escuelas y colegios, estudió planeamiento regional y urbano en Edimburgo. Allá conoció —además de Burns, Scott y Stevenson— el Tao Te Ching y la escritura budista fundamental. Estuvo en Polonia. Trabajò hasta el 10 de Diciembre de 2001 en Cali con la Corporación Autónoma Regional del Valle de Cauca ( CVC , http://www.cvc.gov.co/ ) , que en 1.991 publicó su primer libro: "El obrador de versos." (Carátula a la izquierda). En ese año ganó el primer premio en el concurso anual del Servicio Civil. En 1.988 habìa ganado el premio único de poesía del concurso nacional de la Casa de la Cultura de Montería.

 

Octavio Gamboa dice en "Poesía del Valle del Cauca" (1986): «En la docena de poemas de Rodrigo Escobar que he escogido para hacer parte de esta antología, culmina la escritura de los poetas que en el Valle del Cauca están vivos en 1.986, cuando Cali cumple 450 años. Sin duda alguna Escobar Holguín es el mayor de todos ellos. Para quien escribe estas líneas, es un honor presentarlo y dar testimonio de tan afortunado descubrimiento. Él llega a la poesía con la seguridad de un maestro, como si hubiera trabajado con ella durante una larga vida... Antes de escribir la primera línea de un poema, todo lo sobrante ha sido previamente eliminado: la hermosa fronda, el tallo elegante, la flor embaidora, la pulpa deliciosa. Porque se trata de entregar tan sólo la semilla, aquella parte de la vida que tiene asegurada la perduración. Ese es el milagro que sale de las manos de Rodrigo Escobar Holguín».

 

La escritora y crítica húngara Vera Székács, traductora a su idioma de la obra de García Márquez y de una selección de poesía colombiana, dijo de la poesía de Escobar Holguín: «Lo que me impresionó más fue y sigue siendo su dominio de la mesura, el rigor estructural: estructuras bellas, perfectas y diáfanas, trazadas con líneas nítidas y dinámicas, diríamos: con la mano segura de un arquitecto. Y detrás de la elegancia y la parsimonia de la expresión, de esta superficie limpia y sobria, se adivinan grandes bloques oscuros de su mundo interior, de sus impulsos, emociones y deseos: bloques tectónicos que se deslizan y se chocan. Rigor, elegancia, mesura y fuerza»*.

 

Tomado de: Echavarría, Rogelio. Quién es quién en la poesía colombiana. Ministerio de Cultura y El Áncora Editores. Bogotá, 1998. páginas 171-172.